lunes, 17 de marzo de 2014

Cómo conocí a CARMELO RODERO

           La idea de este post me surgió al escribir el anterior. Realmente pretendía hablar sólo sobre Carmelo Rodero pero había tanto que contar sobre el Salón de Gourmets que decidí separarlos. Así que aquí va mi historia sobre cómo conocí a Carmelo.


              Estaba paseando por pasillos del Salón al azar (la feria ocupaba tres pabellones y nunca me da tiempo a verlo todo en un día), cuando echo la vista a mi izquierda y qué sorpresa encontrar el stand de Bodegas Rodero S.L., una de las mejores bodegas de Ribera del Duero. Me acompañaba mi hermana así que le dije: "ficha estos vinos que son buenísimos". Entonces comprobé el reloj, ya habían pasado las 12 del mediodía, así que decidimos catar los primeros vinos del día.


            Tuvimos mucha suerte porque el que nos contó todo acerca de la bodega y nos guió en la cata de los vinos fue el mismísimo dueño y gerente de la bodega, Carmelo Rodero.

           Es un hombre cercano, divertido y muy profesional, que sabe transmitir a la perfección toda la pasión que siente hacia el vino y las viñas. Un hombre al que su padre, por ser mal estudiante, metió interno en un colegio y del que se escapó a los quince días. Un hombre que abandonó los estudios y desde los 17 años decidió que quería trabajar en el campo. Un hombre que con sus primeros ahorros compró tierras, sus primeras tierras. Siempre invirtiendo en lo que más le gustaba, fue creciendo (hombre y patrimonio a la par) gracias a una cabeza muy bien amueblada  y un corazón grande que le llevaron a tomar decisiones acertadas.


             Siendo la cuarta generación de viticultores, en 1990 decidió emprender su propio camino. Desde la primera añada que elaboró en 1991, apostando siempre por la calidad y el progreso, Carmelo ha logrado que sus vinos sean reconocidos y muy bien valorados tanto nacional como internacionalmente.

            Tanto él como su hija Beatriz (directora técnica de la bodega) son de la opinión de que lo más importante para poder elaborar un gran vino es tener una gran uva. Esto es algo que parece obvio pero que en muchos casos olvidan. Por eso ellos miman y cuidan sus 120 hectáreas de viñedo, permitiendo una densidad de plantación máxima de 2.500 plantas por hectárea y conducidas en vaso o en espaldera. Sus viñas son de la variedad Tempranillo (también conocida tradicionalmente en la zona como Tinta Fina) con una pequeña proporción de Cabernet Sauvignon y Merlot, obteniendo entorno a los 450.000 kg de uva anuales.




         Pero a parte de la importancia que le dan al viñedo, esta bodega (situada en Pedrosa de Duero, Burgos) es de las más modernas que hay a nivel europeo y de las pocas que posee un sistema de elaboración por gravedad genuino. Lo curioso de este sistema es que los ovis (pequeños depósitos de inox  donde se transporta el mosto/vino durante las distintas etapas de su elaboración) no son sólo transportados por un sistema normal de puente-grúa (véase la bodega riojana Viña Real de CVNE, otra joya a nivel arquitectónico y funcional), sino que existe una plataforma giratoria sobre la que se encuentran los depósitos que minimiza y facilita los movimientos de la uva/mosto. La finalidad de un sistema de transporte basado en la gravedad es evitar los movimientos mediante las bombas, ya que estas son más dañinas y agresivas para la uva y para el vino.


             En la crianza del vino emplean barricas de roble francés o americano en función del vino a elaborar, y la sala de barricas que tienen es espectacular. Confieso que esta habitación suele ser mi lugar favorito dentro de una bodega, puede que sea por el olor, por el ambiente... no sé qué tiene que me encanta.


              Y ahora os quiero hablar un poco de sus impresionantes vinos, aunque sin meteros demasiado rollo sobre cada uno de ellos. Sobretodo os recomiendo que los probéis.

              Yo ya conocía algunos de los vinos de la bodega (de estas añadas y/o anteriores). Pero Carmelo nos dio a catar estos seis vinos aquel día en el Salón de Gourmets: 

1. Tinto Joven 2013. 100% Tempranillo. Un vino muy vivo y fresco. 
2. Tinto 9 meses 2012. 100% Tempranillo. 9 meses de crianza en roble americano y francés. Elegante y aterciopelado.
3. Tinto Crianza 2010. 90% Tempranillo y 10% Cabernet Sauvignon. 15 meses de crianza en roble americano y francés. Mínimo 12 meses de botella. Equilibrado, largo y carnoso. 
4. Tinto Reserva 2009. 90% Tempranillo y 10% Cabernet Sauvignon. 15 meses de crianza en roble francés y 6 meses en americano, siempre barricas jóvenes. Mínimo 24 meses de botella. Muy complejo y largo, elegante y persistente. (No me cansaría de beberlo nunca).
5. Pago de Valtarreña 2009. 100% Tempranillo. 24 meses en roble francés. Muy goloso y complejo, aterciopelado y eterno en sensaciones. (Este le encantaría a mi amiga Adriana).
6. TSM 2009. 75% Tempranillo, 10% Cabernet Sauvignon y 15% Merlot. 18 meses en roble francés nuevo. Elegancia, expresión frutal y complejidad. (Simplemente excelente).

               Estos vinos son un tremendo ejemplo de la calidad enológica que hay en Ribera del Duero. Pero como mucha gente tiende a elegir o a decantarse por alguna Denominación de Origen (véase la rivalidad entre Rioja y Ribera del Duero) yo recomiendo no cerrarse y atreverse a probar. Existen muy buenos vinos en muchísimos lugares, y no todos los vinos de una misma zona son igual de buenos o ni siquiera del mismo estilo. Y seré rara, pero a mi me apetecen vinos diferentes según la situación en la que me encuentre (si hace frío o calor, si estoy en la playa o ciudad, de reunión o de fiesta... o incluso por el estado anímico) Aprovechemos la riqueza y calidad que tenemos en España!
      
          Bueno, como conclusión sólo decir que fue una experiencia maravillosa, con unos vinos fabulosos y un anfitrión sin igual. Y la próxima ya hemos quedado en que será en la bodega ^_^

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